Argentina y la doctrina del shock: cuando el caos se convierte en política

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Naomi Klein explicó en La doctrina del shock que los poderes económicos y políticos suelen aprovechar las crisis —reales o provocadas— para imponer cambios que en condiciones normales serían inaceptables. Hoy, su advertencia parece resonar con fuerza en una Argentina que atraviesa ajustes profundos, con la promesa de una “reconstrucción” que podría costar derechos y bienestar a las mayorías.

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En su libro La doctrina del shock, la periodista y ensayista canadiense Naomi Klein expone una idea inquietante: los grandes cambios económicos que benefician a las élites no necesitan consenso, sino crisis. El método es tan simple como brutal: primero se desorganiza la vida cotidiana, se genera miedo, incertidumbre y cansancio social; luego, mientras la población está ocupada en sobrevivir, se aplican reformas estructurales que reconfiguran el Estado, el trabajo y la distribución de la riqueza. Klein lo llamó “capitalismo del desastre”, y su advertencia es tan vigente que podría describir lo que hoy vive la Argentina.

El shock como método de gobierno

En palabras simples, la “doctrina del shock” se basa en crear o aprovechar un escenario dramático —una crisis económica, un conflicto político, una hiperinflación o un colapso institucional— para justificar medidas que recortan derechos y debilitan los mecanismos de control democrático. En esos momentos, se instala la idea de que “no hay alternativa”, que “hay que hacer sacrificios” o que “el país debe tocar fondo para salir adelante”. El shock no siempre es una bomba: a veces es una seguidilla de sobresaltos. Tarifazos, despidos, recortes presupuestarios, degradación de servicios públicos, pérdida del valor del salario. Cada golpe busca insensibilizar a la sociedad, hacer que lo que ayer parecía inaceptable hoy parezca inevitable. En ese contexto, la política se vuelve un laboratorio donde se experimenta con la paciencia de la gente. Se promete libertad económica, pero se entrega poder a unos pocos; se habla de eficiencia, pero se destruyen los instrumentos de regulación; se invoca el mérito, pero se castiga la fragilidad social.

El espejo chileno

Naomi Klein usó el caso de Chile como ejemplo: después del golpe de Estado de 1973, en medio del terror político, un grupo de economistas formados en la Universidad de Chicago impuso un modelo económico que privatizó casi todo —desde las jubilaciones hasta la educación— mientras el miedo impedía la protesta. Ese experimento, conocido como el “milagro chileno”, dejó crecimiento macroeconómico, sí, pero también una desigualdad social que perdura hasta hoy.

Klein lo sintetizó con crudeza: “Las crisis no son accidentes, son parte del plan.”

Argentina, con su historia reciente, conoce bien ese mecanismo. Cada vez que el país entra en una crisis, aparecen las mismas recetas: ajuste, privatización, endeudamiento y promesas de prosperidad futura. Y casi siempre, esas medidas dejan más concentración de poder y menos derechos para quienes trabajan.

El presente en clave de shock

En el escenario actual, con una economía en recesión, caída del salario real y aumento de la pobreza, es legítimo preguntarse si no estamos ante una versión moderna de aquella doctrina. Los discursos que piden “liberar la economía” mientras se desfinancia la salud o la educación pública encajan perfectamente en esa lógica. El shock se convierte en una herramienta de control emocional: el miedo a perder el trabajo, la sensación de que no hay rumbo, la idea de que “todo lo anterior fue peor”.

Cuando el miedo gana, el debate se apaga, y con él, la democracia.

A veces el shock no se impone con represión, sino con fatiga social. La gente, agobiada, deja de discutir. Acepta el ajuste como si fuera una ley natural, no una decisión política. Y es allí donde la doctrina triunfa: cuando el pueblo ya no espera justicia, sino apenas estabilidad.

Una advertencia necesaria

Naomi Klein no escribe para los economistas, sino para los ciudadanos. Su libro es un recordatorio de que la memoria es el antídoto del shock. Cuando un gobierno promete libertad pero recorta derechos; cuando dice “ordenar el gasto” pero desfinancia hospitales; cuando dice “modernizar” y precariza el trabajo, no estamos ante un cambio inocente, sino ante un modelo que necesita sociedades confundidas para consolidarse. El problema no es solo económico. Es cultural, moral y político. Porque una vez que la gente se acostumbra al shock, el abuso se normaliza. Y esa anestesia social es el terreno fértil donde florece la desigualdad.

Entre el miedo y la esperanza

Argentina tiene una larga historia de crisis, pero también de resistencia. Por eso, recordar la advertencia de Naomi Klein no es un ejercicio intelectual: es un acto de defensa ciudadana. Cada vez que alguien diga que “no hay alternativa”, que “todo tiene que doler para mejorar”, conviene mirar alrededor y preguntarse: ¿Quiénes pagan el dolor? ¿Y quiénes se benefician del shock? Porque las naciones no se destruyen sólo con bombas o con leyes. También se desarman desde adentro, cuando la gente deja de creer que merece algo mejor.

AG