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¿Y si Jesús nunca existió?

Desde hace mucho tiempo se viene buscando una prueba arqueológica que asegure sin lugar a dudas la existencia de Jesús de Nazaret. Porque no existe ninguna, a pesar de la gran cantidad de reliquias que circulan por el mundo.

General 18 de febrero de 2023 Nancy Maulin Nancy Maulin
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Existen una cantidad ingente de falsas pruebas relacionadas con la vida de Jesús: trozos de la cruz (el más grande se conserva en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, Cantabria), el prepucio de Jesús, el Santo Grial... o las dos más polémicas y sobre las que más tinta se ha vertido, la Sábana de Turín y el Sudario de Oviedo, y que se ha demostrado que son falsificaciones medievales.
 
En ausencia de restos físicos la mirada debe volverse a las fuentes escritas, y aquí tampoco es que haya mucho donde escoger. Puede parecer sorprendente pero las únicas 'pruebas' de la existencia de Jesús vienen de quienes lo consideraron Hijo de Dios, sus propios seguidores, los desconocidos autores de los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Ahora bien, el más antiguo de todos, el de Marcos, se escribió hacia el año 80, medio siglo más tarde de los eventos que narra. Por tanto, ninguno de los autores de los evangelios fue contemporáneo de Jesús, todos escribieron de oídas. Estamos ante lo que los historiadores llaman 'fuentes secundarias'. En este caso la pregunta clave es: ¿son históricamente fiables?


La falsa historicidad de los evangelios


Hasta mediados del siglo XVIII nadie ponía en duda la autenticidad histórica de los evangelios: eran textos inspirados por Dios que conservaban casi literariamente los hechos y dichos de Jesús. Las sonoras diferencias entre ellos, decían, eran producto de haber sido escritos desde distintos puntos de vista. Pero entonces entró en juego Hermann Samuel Reimarus, un profesor de lenguas orientales de Hamburgo que dejó escrito un manuscrito que nunca publicó por miedo. Tras su muerte su discípulo G. E. Lessing publicó en 1774, sin firma, siete fragmentos del mismo. De ellos, el más polémico fue el titulado Acerca del objetivo de Jesús y sus discípulos. Para Reimarus el Jesús de los evangelios es un fraude: defendía que Jesús fue un mesías político que predicó la inminencia del reino de Dios y la liberación del yugo romano, pero fracasó. Los discípulos hicieron frente al desastre inventándose la resurrección y la parusía, su segunda venida como Señor. Es obvio que los siete fragmentos publicados fueron prohibidos por las autoridades, pero la semilla de la duda estaba plantada.

Del Jesús histórico al Cristo de la fe


En 1835 aparecía Vida de Jesús del filósofo David Friedrich Strauss, discípulo de Hegel. Allí defendía que los relatos evangélicos no eran más que mito, una narración destinada a explicar una idea, la proyección de lo creado por los discípulos. Son, por tanto, libros de fe sin ningún valor histórico. El siguiente golpe a la boca del estómago de la historicidad de los Evangelios lo dio en el primer año del siglo XX el teólogo alemán Wilhelm Wrede al llamar la atención sobre un aspecto que hasta el momento había pasado desapercibido: el secreto mesiánico subyacente al evangelio que sirvió de base al resto, el de Marcos. Leído con cuidado, en él Jesús duda de su divinidad y siempre pide silencio sobre sus milagros y su misión mesiánica. El mazazo para quienes vieron en Marcos un testimonio histórico fue mortal. Para Wrede, Marcos usa el secreto mesiánico como un recurso literario que esconde una intención teológica y catequética. No hay nada -o muy poco- de historia.

De aquí a decir que es imposible saber nada acerca de Jesús solo había un paso, y lo dio el teólogo más influyente de la primera mitad del siglo XX, Rudolf Bultzmann. Su objetivo era la desmitologización completa de la figura de Jesús. Para este teólogo luterano los evangelios no eran otra cosa que testimonios de fe. Es más, el fundamento del cristianismo no era Jesús sino la predicación de la comunidad primitiva. La consecuencia es obvia: no podemos saber nada de la vida de Jesús.


Jesús, el mito


Entonces, en la década de los 1990 otros investigadores dieron un paso más allá y empezaron han empezado a defender que el Jesús de los evangelios es un mito, una completa invención. Para el teólogo Robert M. Price la narrativa sobre Jesús sigue la de los mitos de Oriente Medio sobre los dioses moribundos y ascendentes, como Baal, Osiris, el griego Atis, Adonis, o el babilonio Tammuz. Estamos, dice, ante una religión mistérica más, una de las muchas que aparecieron por la zona en aquellos tiempos. Tal era la situación entonces que, los primeros apologistas cristianos -así se llama a aquellos que buscan argumentos racionales para defender la fe- vieron que había fuertes similitudes entre los rituales del mitraísmo y los del cristianismo. Para resolver el problema afirmaron que los rituales mitraicos eran copias malvadas de las cristianas: Tertuliano, que vivió entre el siglo II y III, escribió que eran una falsificación creada por el Diablo para atacar a Jesús.
Los mitólogos no son un grupo monolítico: cada uno tiene su propia idea de cómo surgió el mito de Jesús. Burton Mack, profesor emérito de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología de Claremont, California, defiende que tras el fracaso de los primeros seguidores de Jesús apareció un culto nuevo en un ambiente greco-romano: El Cristo de Pablo. Es en este entorno donde surgen las nociones de resurrección y ascensión a los cielos; es el Jesús divino, a imagen y semejanza de los héroes griegos. El autor de Marcos, un cristiano de segunda generación implementa toda esta visión en su evangelio en el cual sólo hay de cierto la última cena y la crucifixión.

Más colorista fue la hipótesis expuesta por John M. Allegro, un respetado filólogo semítico y el único investigador no creyente que formó parte del primer equipo que tradujo los manuscritos del mar Muerto. En su libro El hongo sagrado y la cruz (1970) defendió la idea de que Jesús no era un ser humano sino el nombre en clave del hongo alucinógeno amanita muscaria que los esenios y otros grupos religiosos judíos utilizaban para entrar en comunión con la divinidad. El cristianismo nació, para el difunto Allegro, como efecto de las visiones producidas por este hongo. ¿La consecuencia de este libro? Le costó su carrera.
¿Pruebas?
Los defensores de la hipótesis mítica de Jesús argumentan que una prueba de que estamos ante una invención es que los textos cristianos más antiguos que se conservan, las cartas de Pablo, en ningún momento hacen referencia a un Jesús histórico, sino que solo hablan de un Cristo místico. Solo cuando fue pasando el tiempo y sus seguidores empezaron a preguntarse sobre él llegaron los evangelistas, que dieron forma al personaje. Solo así, dicen, se pueden explicar las inconsistencias en las descripciones de su vida y muerte. Por ejemplo, las escenas del nacimiento que narran Mateo y Lucas son contradictorias entre sí: para Lucas la familia de Jesús vivía en Nazaret y viajó a Belén; para Mateo, Jesús nació en su casa, en Belén. La situación empeora cuando se consideran momentos clave en la vida de Jesús, como cuánto tiempo estuvo predicando (uno o tres años), o cuándo fue ajusticiado. ¿Cómo es posible que los evangelios se contradigan a la hora de señalar el momento más importante que conforma su fe? Incluso las imágenes de Jesús que dan los distintos evangelistas son totalmente irreconciliables: para Marcos es un ser humano que duda y sufre; para Juan, en palabras del escritor David Fitzgerald, “es un Superman sin Clark Kent”.
 


Inspiración griega


La historicidad del evangelio de Marcos -el más antiguo y al que copian con profusión Mateo y Lucas- queda aún más en entredicho si tenemos en cuenta el trabajo del profesor del Seminario Teológico Claremont en California, Dennis MacDonald: Marcos se inspiró en la Ilíada y la Odisea. Para ajustar su relato a las aventuras marítimas de estos dos clásicos el evangelista convirtió el tranquilo lago Tiberíades en el mar de Galilea, donde Jesús y sus discípulos batallan contra una feroz tormenta de altas olas, siguiendo la tradición marinera de las dos obras griegas.
Sea como fuere, lo cierto es que a pesar de todos estos esfuerzos, tampoco hay pruebas suficientes para concluir que estamos ante una figura mítica sin base histórica: las espadas siguen en alto.

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