Egoísmo e individualismo: el precio de vivir para uno solo

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En tiempos donde los vínculos se debilitan, la solidaridad parece un lujo y el mérito individual es exaltado como única vara de valor, cabe preguntarse: ¿qué clase de comunidad estamos construyendo cuando el “sálvese quien pueda” se convierte en modelo de vida?

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La exaltación del individualismo y el egoísmo no es nueva. Pero su consolidación como modelo social dominante sí marca un punto de inflexión. Ya no se trata simplemente de conductas personales, sino de una narrativa cultural que premia el desapego, deslegitima la empatía y convierte al otro en obstáculo o amenaza. Si esta lógica se impone, ¿qué queda del tejido comunitario?

Una mirada desde la sociología y la filosofía

El sociólogo Zygmunt Bauman, en su concepto de modernidad líquida, advertía que las relaciones humanas han perdido solidez: ya no construimos lazos duraderos sino vínculos descartables, medidos por su utilidad momentánea. En este contexto, el individualismo no es sólo un estilo de vida, sino una condición estructural que nos aísla y desarma colectivamente. Desde otra perspectiva, Émile Durkheim —padre de la sociología moderna— sostenía que una sociedad sana necesita un equilibrio entre la autonomía individual y la cohesión social. En su estudio sobre el suicidio (Le Suicide, 1897), advertía que el egoísmo social extremo podía derivar en anomia y en crisis de sentido. Cuando el individuo se desconecta del cuerpo social, su existencia pierde orientación. La filósofa Hannah Arendt, por su parte, alertaba contra la banalización del mal y la indiferencia que se gesta cuando el individuo abdica de su responsabilidad colectiva. “La soledad radical, cuando uno ya no se pertenece ni a sí mismo ni a ningún mundo común, es la raíz de toda deshumanización”, escribió en Los orígenes del totalitarismo.

Datos que incomodan

Según estudios del Pew Research Center (EE.UU.), más del 60% de los jóvenes de entre 18 y 30 años considera que “es más importante enfocarse en uno mismo que en la comunidad” (2019). En América Latina, la encuesta Latinobarómetro de 2023 registró una caída sistemática de la confianza interpersonal: sólo el 17% de los latinoamericanos cree que “se puede confiar en la mayoría de las personas”. El resto desconfía. El fenómeno no es sólo percepción. En Argentina, el Observatorio de la Deuda Social de la UCA ha documentado el deterioro de los lazos sociales incluso en los sectores populares históricamente más comunitarios: el individualismo defensivo (vivir encerrado, evitar comprometerse, pensar en el corto plazo) crece como estrategia de supervivencia.

Una advertencia desde la historia

Podemos encontrar paralelismos históricos. Durante la República de Weimar en Alemania, entre guerras, el colapso económico y moral del Estado provocó una implosión de los lazos sociales. La competencia por recursos, la desconfianza y la exclusión mutua sentaron las bases para que prosperaran discursos de odio y soluciones autoritarias. Toda esta combinación provocó el ascenso de Adolf Hitler y el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán.

¿Hacia dónde vamos?

Si el egoísmo se vuelve regla y no excepción, si el “otro” es visto como amenaza y no como parte de un todo que nos incluye, no hay comunidad posible. El modelo que se gesta hoy, impulsado muchas veces desde discursos meritocráticos extremos, nos empuja hacia un mundo donde los vínculos se degradan, el Estado se retira y la soledad se normaliza. Pero no todo está perdido. También surgen reacciones. Movimientos barriales, redes de cuidado, cooperativas, y nuevas formas de comunidad digital dan señales de que el anhelo de pertenencia persiste. Como escribió el filósofo Cornelius Castoriadis, “una sociedad que no se piensa a sí misma, está condenada a la repetición y al colapso”.

¿Quiénes queremos ser?

El egoísmo y el individualismo no son únicamente elecciones personales; son opciones políticas, culturales y sociales que modelan el mundo que habitamos. La pregunta no es solo qué clase de individuos queremos ser, sino qué tipo de comunidad estamos dispuestos a construir -o dejar que se desintegre-.